Manejando la ansiedad en casa

 en Psicología clínica
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A pesar de que la información sobre la ansiedad últimamente se ha multiplicado en redes, artículos y conferencias, existe la sensación que no terminamos de entenderla y, sobre todo, de manejarla. Sabemos de la importancia del sueño, el ejercicio, la alimentación sana, la socialización, entre muchas otras formas de liberar estrés y sentirnos más equilibrados, pero frecuentemente no es suficiente.

Quienes atendemos la salud mental, hemos visto un incremento de la demanda de atención y muchas veces las personas llegan a consulta con síntomas que no alcanzan a reconocer como producto de la ansiedad, y por tanto carecen de la información para manejarla. Manifestaciones físicas como taquicardias, insomnio, problemas cutáneos, digestivos, migrañas, etc.; emocionales como inquietud, fallas para atender y concentrarse; relacionales como impaciencia y conflictos con los hijos y la pareja, son solo algunas de las dificultades que van llenando “el vaso” emocional hasta que se convierten en crisis desbordantes.

En este artículo busco explorar el tema de la ansiedad en su relación con la familia y centrarme en la propuesta de la importancia del contacto y cercanía entre padres e hijos como punto de partida para el manejo de la ansiedad.

¿Qué es la ansiedad? Etimológicamente, proviene de la palabra latina angere, que significa asfixiar o sofocar, las cuales son unas de sus manifestaciones. En términos generales, podemos definirla como una respuesta, que suele ser intensa y persistente, de inquietud ante algo que nos produce temor o miedo. Puede manifestarse desde una incomodidad hasta irritabilidad, confusión o enojo respecto a situaciones que se perciben fuera del propio control.

Podemos afirmar que la mayoría hemos experimentado ansiedad que, siendo menor puede representar una inquietud que nos impulsa a la acción, pero potenciándose puede llegar a convertirse en un trastorno que llegue a afectar seriamente nuestra vida, principalmente cuando observamos el gran número de casos donde antecede o convive con la depresión.

La ansiedad a veces se interpreta como miedo, sin embargo, no son lo mismo. La diferencia es que el miedo es una emoción que nos alerta de un peligro real y la ansiedad equivaldría a tener la alerta prendida todo el tiempo cuando no existe algo objetivo que represente una amenaza.

Existen varios tipos de ansiedades. La ansiedad más común es una sensación de preocupación constante y difusa que no logramos relacionar con un evento o situación específica; a la que se agregan la ansiedad a situaciones sociales, donde se experimenta temor frente a la evaluación de otros, y otros tipos de fobias, hasta llegar a los más temidos y cada vez más frecuentes ataques de pánico.

En realidad, es difícil escapar a la ansiedad. Vivimos un mundo realmente complicado, en el cual nuestros niños y jóvenes son los más vulnerables.  Es abrumador coexistir con tantos retos: la presión por el éxito social y económico; las transformaciones en las configuraciones familiares; la ampliación de opciones de estudio y formas de ganarse la vida y sin embargo, la desmotivación que se contagia entre los jóvenes;  la hiperactividad en redes sociales que genera insatisfacción y descontento con la propia realidad al estar en constante comparación con otros, además de la facilidad que tienen éstas como vías para el acoso y la cancelación; el acceso a información de noticias en todos los rincones del planeta, etc.

De esta forma, a los estresores externos se agregan nuestras angustias internas.  Uno de los ejemplos más recientes es la pandemia por COVID, la cual cambió la forma en que nos relacionamos, estudiamos, trabajamos y en la que nos sentimos parte de un planeta que de pronto pareciera hacerse pequeño; muchos perdimos gente cercana y como esto, se nos presentaron retos en todos los niveles, siendo los más cercanos, los que tuvimos que enfrentar al interior de nuestras familias.

Haciendo un análisis respecto al impacto de la pandemia, por ejemplo, observamos familias que, aun viviendo situaciones de estrés similares, presentaron un manejo de la ansiedad contrastante. Unas se encontraron rebasadas, lo cual derivó en serios problemas, mientras otras enfrentaron los retos de la nueva realidad aprovechándola para su crecimiento. ¿Qué elementos hicieron la diferencia entre la presencia o no de ansiedad y su manejo en unas y otras?

El tomar uno u otro camino es multifactorial. Podemos hablar de la historia de cada familia: lo que se ha transmitido desde generaciones atrás; lo que les ha tocado vivir en su historia reciente –situaciones difíciles o traumáticas son predisponentes–, elementos del temperamento –las personas más sensibles o reactivas al ambiente tienden a sufrir más ansiedad; lo que se piense sobre la ansiedad y el estilo de afrontamiento que han adoptado sus miembros.

Por otra parte, podemos plantear que dependió de la forma en que los miembros de la familia –especialmente quienes se encontraban a cargo— procesaban estos eventos. La ansiedad se genera cuando los pensamientos de anticipación al peligro se reciben y alimentan con información parcial hasta convertirse en escenarios catastróficos que disparan respuestas de lucha, fuga o parálisis. Estas respuestas se contagian y hacen que el ambiente familiar reaccione muchas veces de forma impulsiva aumentando el caos.

Por otra parte, las familias que pudieron procesar el estrés manteniendo controlada la ansiedad, son aquellas donde atendiendo al mismo peligro, cuestionaron los pensamientos y procesaron la información abriéndose a más posibilidades e incluso, ventajas de estar viviendo un reto de tal magnitud.

Por lo general, las familias que viven más ansiedad son aquellas donde predomina alguno de estos estilos de crianza:

  • Padres autoritarios y/o controladores: Dirigen todas las actividades y comportamiento de los hijos desde cómo vestirse hasta qué amigos tengan y con quién se casen. Estos padres fomentan la dependencia y, por tanto, alimentan la inseguridad y ansiedad ante la vida. Estos niños viven cargando culpas principalmente relacionadas con no cumplir las expectativas de los padres quienes, de alguna forma, viven a través de ellos. Es, por ejemplo, el caso de los eternos adolescentes que no logran salir de casa de sus padres o aún casados, siguen consultando con ellos la mayoría de sus decisiones.

 

  • Padres sobreprotectores. Evitan a los hijos todo lo que pueda molestarles o generarles hasta el más mínimo sufrimiento, privándolos de fortalecer la tolerancia a la frustración y sentir la satisfacción de ser ellos quienes solucionen sus problemas. También se da entre quienes inflan la autoestima a sus hijos haciéndoles creer que son príncipes y princesas y se merecen un trato especial. Este estilo es el más frecuente dentro de la cultura del goce con el mínimo esfuerzo. Es el caso de los padres que se involucran incluso en los juegos de los niños con sus amigos, e intervienen a la primera contrariedad.

 

  • Padres inconsistentes: Tienen en casa normas y límites erráticos. Un día dejan pasar un mal comportamiento y otro la misma conducta les provoca un ataque de ira. Como las reacciones de los padres son impredecibles, no logran establecer una relación entre la conducta y las consecuencias. Por lo que, tanto padres como hijos, perciben una falta de control sobre lo que ocurre en su vida y obviamente esto genera ansiedad.

 

  • Padres negligentes y/o permisivos: Se encuentran ausentes, tanto por estar enfocados en sus propias vidas profesionales y sociales, como por estar desconectados incluso cuando están físicamente presentes. Descuidan la atención a las necesidades y estados emocionales de los hijos, los cuales pueden sentirse incomprendidos y solos. Una forma de negligencia es ser demasiado permisivos, desatendiendo la necesidad de límites que se requieren para un sano desarrollo. Frecuentemente estos hijos no manifiestan externamente la ansiedad, sino que se desconectan emocionalmente y más bien presentan desmotivación y sensación de vacío.

 

De acuerdo con estos puntos, ¿qué podemos hacer para revertir la ansiedad que sentimos y formar hijos más seguros y confiados ante la vida? Hay varios caminos. Algunos de ellos son:

 

  • Acompañar a nuestros hijos mientras van viviendo sus diferentes etapas, pero dejando que ellos mismos vayan asumiendo responsabilidad. Así fomentamos una buena autoestima pues mientras se sienten acompañados, teniendo reglas claras que les den una guía, experimentan libertad de vivir experiencias y enfrentar sus errores. Tengamos en cuenta que el ritmo de un niño no es el de un adulto. La presión de cumplir agendas saturadas y dar resultados sobresalientes son caminos rápidos para llegar a un trastorno de ansiedad.

 

  • Permitir que los hijos se esfuercen por lo que quieran lograr. Darles la oportunidad de disfrutar el esfuerzo de ir desarrollando sus habilidades para que encuentren la motivación y consiguiente pasión en ellos. Nada de esto ocurre cuando la motivación se basa en premios, exceso de regalos y el hacerles el camino fácil. Toleremos nuestra propia frustración de dejarlos que ellos mismos se tropiecen y avancen. Su autoestima será sana en la medida en que reconozcan sus cualidades, pero también en la que sepan sus límites y aspectos a mejorar.

 

  • Formar una estructura familiar donde existan límites claros y consecuencias predecibles, en un ambiente de cuidado entre todos, donde no haya lugar a dudas de qué es o no una conducta aceptable. Este tipo de disciplina requiere autorregulación emocional que si se logra, nos ahorrará mucho trabajo, pues es más sencilla que estar alternando entre ser ogros un día y mejores amigos al siguiente.

 

  • Estar emocionalmente presentes y atentos a las necesidades de nuestros hijos. Cuidar nuestro propio descanso y no saturarnos de actividades para tener la disposición física y emocional para ellos. Tener reglas respecto al uso de dispositivos electrónicos, sobre todo en los momentos de convivencia familiar como comidas y reuniones. No somos amigos de nuestros hijos, por lo que ser permisivos más que ayudarlos, los hará sentir que falta un lugar que los contenga. Reservar tiempo para las conversaciones y experiencias de conexión “uno a uno”.

 

El objetivo no es que la ansiedad desaparezca por completo. Negándola o evadiéndola solo se conseguirá que continúe presente e incluso, tome fuerza. La recomendación es que nos permitamos sentirla, observarla y tolerarla. La ansiedad en sí no es peligrosa y el aceptar que algunas cosas nos dan miedo es el primer paso para desarmar la angustia y poder, poco a poco, irla superando.

Antes de ayudar a nuestros hijos, podríamos trabajar en nuestras propias ansiedades. Preguntarnos, por ejemplo ¿cómo sentimos la ansiedad nosotros?, ¿qué nos da miedo?, ¿qué procrastinamos porque no queremos enfrentarlo?, ¿qué nos provoca ganas de huir?, ¿qué rechazamos?, ¿qué nos quita nuestra paz?, ¿qué tanto sabemos regularnos emocionalmente? Una vez que tengamos esas respuestas podemos ir desglosándolas y, teniendo pistas de lo que origina nuestras ansiedades, irles dando solución.

Respecto a los hijos, necesitamos darnos tiempo de escuchar empáticamente y comprender sus ansiedades. Ubicarnos en la realidad en cuanto a su momento de vida. ¿Qué les da miedo?, ¿qué han vivido que pudiera explicar su miedo?, ¿dónde lo sienten físicamente?, ¿cómo lo expresan en sus emociones y relaciones con otros?, ¿cómo imaginamos que se sienten de acuerdo con su personalidad (no la nuestra)? Al interesarnos en comprenderlos, sin juzgarlos ni minimizar sus emociones, crearemos un ambiente de confianza en el que nos abrirán su corazón.

Al tiempo de escucharlos, escuchémonos a nosotros mismos ¿Qué necesitamos para reconectar con nosotros y con ellos?, ¿cómo nos sentimos ante sus miedos?, si es una emoción incómoda ¿a qué creemos que se deba?, ¿nos sentimos responsables de sus miedos?, ¿qué tanto estamos proyectando nuestras inseguridades?, ¿nos sentimos evaluados como padres si ellos triunfan o fracasan?, ¿qué tan alta es la expectativa que tenemos de sus vidas?

 

Con estas preguntas, la idea es ampliar nuestra visión de la ansiedad en nuestras familias y observarla desde diferentes ángulos para encontrar soluciones creativas distintas a lo que hemos intentado hasta ahora. Conocernos, conocerlos a ellos, cuestionar las expectativas que tenemos, ser más compasivos y apoyarnos mutuamente a descubrir las cosas que les den sentido a nuestras vidas, son las vías que propongo para encontrar las mejores respuestas.

 

El que los hijos nos sientan cercanos e interesados en sus mundos, la comunicación frecuente y el transmitirles nuestra lealtad y amor incondicional son el camino más directo para trabajar la ansiedad.

 

Busquemos hacer comunidad y fortalecer los vínculos de apoyo dentro y fuera de nuestras familias. Normalicemos el pedir ayuda y, si es necesario, apoyarnos de profesionales para resolver aquello que nos rebasa. Veamos la ansiedad como una señal de que necesitamos hacer cambios. El detenernos a analizar y tomar decisiones en beneficio de nuestra familia será un gran esfuerzo que conducirá a una mayor recompensa.


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