“Lazzaro Felice”. En este mundo, ¿caben los buenos?
(Aviso: contiene spoilers)
Terminando de ver la película de Lazzaro Felice (2018) de la directora italiana Alice Rohrwacher, lo primero que me vino a la mente fue preguntarme de si en este mundo hay cabida para la gente buena… Pareciera que ser una persona noble, generosa, sencilla, es confundido con ser tonto, “dejado” y ponerse de tapete para ser abusado por otros. No es una virtud valorada en un mundo materialista y consumista donde la popularidad se mide por el tener, más que por el ser. Es bien visto el afirmarse, cuestionar, defenderse, competir, destacar y ganar, y no se valora el ceder, obedecer, aceptar, servir y trabajar hasta el cansancio por los demás sin esperar nada a cambio.
En esta película me sentí transportada a un cuento con magia y a la vez la cruda realidad de dos mundos, que parecieran muy lejanos en espacio y forma, pero presentan una misma situación de explotación, desigualdad y abuso.
El primer mundo transcurre en el campo donde viven campesinos que creen ser propiedad de la Marquesa Alfonsina De Luna, a quién sirven con religiosa sumisión. El segundo mundo es la ciudad gris a donde son llevados al descubrirse su estado de esclavitud, en donde tienen aun menos protagonismo siendo parias invisibles de la sociedad.
Entre estos dos mundos deambula Lazzaro, siendo un personaje lleno de bondad y sencillez que pareciera flotar en donde otros se hunden. Como el personaje bíblico, el buen Lazzaro muere y resucita, y en esta nueva condición angelical, no come, no se cansa, no le molestan las inclemencias del tiempo, y menos aún las ofensas o exigencias cuando se aprovechan de él; no se asombra de cosas sobrenaturales; es servicial, generoso, lo que para la misma directora es un santo contemporáneo, pero para alguien con una visión más corta pudiera ser un personaje como Forrest Gump, ubicado quizá en un punto del espectro autista.
Lazzaro es un personaje “caído del cielo”. No sabe quiénes son sus padres y por eso acepta encantado el ser medio hermano del marquesino. En su profunda bondad y simple alegría, Lazzaro no percibe cómo también Tancredi lo utiliza, sino se limita a reconocer el afecto que le da y que agradece profundamente. Por otra parte, Tancredi tampoco se siente parte del mundo del que proviene. Utiliza la fantasía para escapar, quizá por eso viste con un traje que remite a “El Principito”, es un explorador y buscador de aventuras. Decadente, solitario, se hace acompañar de Lazzaro pues quizá siente que ambos son inadaptados en sus mundos y se unen en una fraternidad que deviene en el motor de la vida de Lazzaro.
La película transcurre lenta, dando espacio para la meditación y la atención a tantos elementos simbólicos que resuenan en el inconsciente colectivo. Por ejemplo, el lobo remite al mito del nacimiento de Roma, entre otras fábulas y leyendas. En la película hacen un paralelismo de la historia de San Francisco de Asís que hace las paces con el lobo que asolaba al pueblo de Gubbio. Desde el enfoque jungiano, el lobo es un arquetipo que recuerda al ser humano mantener contacto con la naturaleza y a la vez, simboliza la sombra que marca lo indeseado y las zonas más oscuras de la psique. El lobo es un personaje temido, pero a la vez ejemplo de unión de la manada, nobleza y colaboración. A lo largo de la historia de la humanidad, se le ha presentado en polos opuestos y tal es la dicotomía que se muestra en la película.
Por una parte, la población teme al lobo; se le adjudican matanzas y representa el temor a explorar lo desconocido. Por otra, es quién huele la bondad de Lázaro y de alguna manera, ayuda a que despierte de la muerte.
En otro nivel, Lazzaro posee estas cualidades de lobo, conversando con la luna, observando la naturaleza, tanto del ambiente como la de los habitantes de la Inviolata, con una mirada limpia, sin juicios, tal como haría un animal que está atento, pero no se complica más allá de hacer lo que le toca en su rol en la “manada”.
El miedo a explorar más allá de su ambiente seguro también es puesto en el riachuelo que marcaba el límite de la propiedad y que temían cruzar. Estaban convencidos de su incapacidad de cambiar la situación y por lo tanto jamás cuestionaron los límites ilusorios que poseían y ya que son liberados por la policía, se mostraron como el león al que abren la jaula y no se atreve a salir de ella.
La película presenta con elegancia, una sutil pero clara crítica al papel de la religión como herramienta de manipulación, explotación y división de los “merecedores” y los que no tienen lugar para disfrutar el “cielo”, al menos en este mundo.
Un ejemplo de cómo adoctrinaban a los campesinos, son las muchas historias que contaban de mártires torturados por su Fe, dándoles el mensaje del valor del sacrificio, en este caso para su “dueña”, la marquesa.
Una fuerte frase de la marquesa a su hijo encierra un eje importante de la historia y describe la justificación de la explotación: “Los seres humanos son como animales. Si los liberas, se dan cuenta de que son esclavos encerrados en su propia miseria. Ahora sufren, pero no lo saben… Yo los exploto y ellos explotan a ese pobre hombre. Es una cadena. No se puede hacer nada”. Sin embargo, Tancredi no termina de creer este discurso y cuestiona “Quizá él no se aproveche de nadie” a lo que la marquesa contesta “Eso es imposible”.
Y en la red de explotación se presenta un personaje clave, Nicola, el encargado de recaudar lo trabajado, proveer lo necesario para su subsistencia y hacerles unas cuentas en las que siempre salen perdiendo. Él es su enlace con la marquesa y un mundo externo inalcanzable para los campesinos, y les transmite lo afortunados que son, incluso convenciéndolos de que viven como marqueses, aun y que tienen que prestarse bombillas de un cuarto a otro para poder tener luz en las noches.
En la historia se muestra el enojo de los trabajadores, sin embargo, no conocen otra forma de vida. Tienen pequeñas muestras de rebeldía como cuando le escupen a la comida o se burlan de la “víbora venenosa”, es decir, la marquesa, pero no se rebelan. Tiene que venir la policía a obligarlos a salir. Pasan de una explotación a otra, pues ahora son escoria que vive al margen de la sociedad en una ciudad hostil en la que son tanto atacados como ignorados y sobreviven gracias a robos y engaños menores.
Es muy ingeniosa la escena en que la que siguen a Lazzaro, quien se conduce atraído por la música sacra a una iglesia, y son expulsados por una religiosa que les indica claramente que no es lugar para ellos. Curiosamente, la música, como un personaje más, no opina igual y se va siguiéndolos fuera del templo. La música, aún proveniente de manos humanas, tiene motu propio y decide seguir a la gente simple, que parece apreciarla más que quienes se sienten con la autoridad de contenerla.
Este es un solo ejemplo de las muchas reflexiones que genera el filme. Todas encaminadas a cuestionar lo absurdo de un modelo económico y social que arranca de tajo la naturaleza para ponerla al servicio de una modernidad insulsa. ¿Quién es más feliz, la marquesa o Lazzaro? La respuesta salta en varias ocasiones como cuando Lazzaro afirma a Tancredi “Tengo de todo” señalando la hendidura en la roca que le servía de hogar. Otra ocasión interesante es cuando van a la cena invitados por Tancredi, y no sólo los corre quien les abre, sino les pide los pastelitos que llevaban para regalar. El acto de dárselos me parece más una cuestión de grandeza, dignidad y sentirse más afortunados que ella por estar juntos y tener los medios, aunque sea al día, de salir adelante.
El final de la película es desgarrador, pues refleja la realidad de tantas personas que mueren injustamente tratando de hacer el bien o, al menos, sobrevivir en este complicado mundo. En un lugar donde se busca atacar antes que ser atacado, no se entiende el lenguaje de la bondad y la pureza.
Comentando la película con Edgardo Reséndiz, crítico de cine, me hizo reflexionar sobre el hecho de que Lazzaro es la encarnación de la bondad, y como tal no envejece, pues la bondad es un valor perenne. Me quedo con esta conclusión, que siembra esperanza en que por más que el mundo mate la inocencia, siempre renace como la planta que se abre paso en el desierto.