¿Cómo manejar la rivalidad entre hermanos?
Cuando los hermanos están de acuerdo,
ninguna fuerza es tan poderosa como su vida en común.
Antístenes
Como padres, uno de nuestros mayores deseos es que nuestros hijos tengan una buena relación de compañerismo y respeto, y puede ser frustrante cuando, en vez de esto, observamos peleas y competencia entre ellos.
Desde tiempos inmemoriales, la rivalidad entre hermanos es algo que surge en todas las familias y abruma a los padres, quienes intuitivamente buscan manejarlo, aunque frecuentemente sin mucho éxito. ¿Qué recomendaciones existen para que este universal síntoma, sea mejor resuelto?
En primer lugar, es importante reconocer que cada hijo, a pesar de ser parte de la misma familia, vive situaciones muy diferentes. No es lo mismo ser el primogénito y poseer padres primerizos, a ser de “en medio” o el menor; vivir en una familia numerosa a una pequeña; nacer y crecer en una época de bonanza, a una de dificultades económicas, problemas de salud o cualquier otro tipo de crisis familiar o social.
De igual manera, es importante tomar en cuenta el temperamento y personalidad de nuestros hijos. Cada uno tiene maneras distintas de reaccionar y, de acuerdo con su edad y particularidades, tendrá distintas necesidades que cubrir y objetivos que perseguir. Si hay poca separación entre las edades, más se puede acentuar la competencia por la atención de los padres. Además de que necesariamente habrá momentos en que alguno necesite más apoyo que otro, y esto puede ser fuente de envidias o resentimientos.
Así mismo, el momento del desarrollo nos da pautas para entender las reacciones de cada uno. Por ejemplo, un niño empezando la primaria buscará ante todo la justicia y se molestará al sentir que dan mayor atención a su hermano bebé; un adolescente querrá respeto por su privacidad y se molestará si se siente invadido por sus hermanos menores.
Teniendo como base estas premisas, entenderemos que surgirán en nuestros hijos conflictos, competencia o celos, pero con inteligencia, por una parte, podrán ser manejados para reducir su impacto y malestar, tanto en ellos como en el resto de la familia; y por otra, darán habilidades emocionales y sociales que les servirán para su vida futura.
Como padres iremos guiando su formación promoviendo tolerancia a la frustración, respeto, compañerismo y otros valores que podrán reducir la rivalidad y harán más fácil la resolución de conflictos entre ellos.
He aquí algunas recomendaciones:
- Los padres servimos de modelos a nuestros hijos. Al vernos manejar conflictos con nuestra pareja, padres, hermanos o amigos, aprenden pautas para repetirlo. No podemos esperar que nuestros hijos tengan una relación cordial con sus hermanos si ven que nosotros gritamos o somos irrespetuosos cuando estamos molestos.
- Deberán existir pocas reglas, pero muy claras en cuanto a la convivencia familiar. Por ningún motivo se tolerarán insultos o agresiones físicas.
- Es importante no comparar a los hermanos. Cada uno tiene talentos y áreas de oportunidad que los hacen únicos y respetar esas diferencias es la base de una convivencia armoniosa. Evita etiquetarlos o limitarlos a papeles como: “el responsable”, “el inteligente”, “el flojo” que promueve el resquemor o la rivalidad entre ellos.
- Es recomendable sólo intervenir en las discusiones de los hijos cuando están escalando peligrosamente o cuando se observa que no están llegando a ninguna parte. Si están dentro de los límites adecuados, demos oportunidad a que ellos mismos resuelvan sus diferencias y no estén esperando a que entremos al rescate. Frecuentemente, al involucrarnos se corre el riesgo de favorecer a alguno aumentando el resentimiento entre ellos.
- El modelar y explicar a nuestros hijos formas de comunicación asertiva, serán de gran utilidad para enseñarles a manejar las situaciones conflictivas. El ser asertivo es dar respuestas adecuadas a la situación, respetuosas, defendiendo nuestros derechos y respetando los de los demás, donde recurramos a una verdad clara y empática antes que a agresiones o respuestas pasivas.
- En una situación conflictiva no busquemos culpables. Cada uno deberá aceptar su responsabilidad en el conflicto y encontrar soluciones beneficiosas para todas las partes.
- Reconozcamos cuando lleguen a soluciones creativas, conectando con la emoción positiva; así su autoestima se elevará a la vez que reforzaremos la relación entre ellos.
- Al centrar el éxito en la solución del conflicto en ellos –“qué bien te has de sentir”—en vez de nosotros –“estoy muy orgulloso de ti”— les dará confianza y motivación para manejar futuras situaciones difíciles.
- Demos tiempo de calidad a cada hijo en lo individual, donde los acompañemos y seamos fuente de apoyo, de forma que puedan confiar en nosotros y acepten nuestra influencia en el manejo de sus problemas.
- Promovamos actividades familiares de convivencia donde todos se diviertan y tengan oportunidad de fortalecer lazos en un ambiente relajado y cordial.
- Finalmente, si las situaciones conflictivas escalan y necesitamos orientación, siempre es recomendable buscar ayuda profesional antes de que se lastime más la relación.
Tener una buena relación con los hermanos es un tesoro. Son nuestro primer vínculo de amistad y complicidad que, bien cuidado, seguirá siendo una fuente de apoyo para toda la vida. Pongamos todo nuestro esfuerzo como padres para fomentar el amor entre ellos, acentuando lo que los une, dando herramientas para solucionar, perdonar y respetar sus diferencias, mientras somos un punto de unión entre ellos.