El derecho de los niños al amor de sus abuelos
Para quienes los tienen cerca, considero más que un privilegio, un derecho el que los niños tengan acceso al amor y la convivencia con sus abuelos. Pienso incluso que si se considerara un derecho, tendríamos niños más sanos y más felices.
Esta afirmación la hago después de una reflexión ubicada en mis propias vivencias y motivada por la oportuna lectura de “La sonrisa etrusca”, novela de José Luis Sampedro (1985) que relata con su sensible prosa, las diferencias de cómo un niño ama y se relaciona con sus padres y con su abuelo.
En este libro Sampedro presenta no sólo las alegrías, sino las dificultades familiares que giran en torno a la relación del abuelo con su nieto pues, mientras los padres quieren establecer un estilo parental más “moderno”, el abuelo lucha por mantener vivas las tradiciones y costumbres del pueblo donde creció.
En este caso y sobre todo, tratándose de un primer hijo, viven la convivencia del abuelo como una intrusión en un plan dictado por libros y las nuevas tendencias de educación. Esto me pareció tan contemporáneo como universal (al menos en las culturas más occidentalizadas): “Lo va a maleducar”, “me lo está echando a perder” son frases muy comunes de los inconformes padres. Sin embargo, con el tiempo, la propia madurez va agradeciendo estos momentos tan especiales y vemos como un regalo invaluable el que tengan este oasis nuestros pequeños.
La sabiduría de la experiencia de nuestros padres nos brinda una perspectiva valiosísima sobre las vidas que hemos traído al mundo. Tanto su historia, como la de sus antepasados, brindan elementos que ayudan a conformar la identidad personal y familiar; dan guías en un mundo tan cambiante y consejos sobre la misma naturaleza humana. Ellos son el enlace para mantener vivas tradiciones como la celebración de las posadas, la cena de Navidad, día de las madres y día de muertos, que nos ubican dentro del mundo globalizado además de que unen a la familia.
Y sobre todo, quienes hemos tenido la fortuna de tener hijos que pueden convivir con sus abuelos, presenciamos ese amor tan diferente, tan intenso y tan transparente. Es una maravilla verlos transformarse en niños al jugar con sus nietos, observar el detenimiento con el que los admiran y la conexión que se va creando.
Sin embargo, ¿qué podemos hacer para mejorar o, si no existe, conseguir una convivencia armónica con los abuelos? Nosotros, como padres, podemos tener en cuenta algunos puntos:
- Si no lo tenemos, establecer un día de visita a los abuelos y hacerlo especial. Buscar motivos para que sea una celebración familiar donde festejemos y demos gracias ya sea por algún cumpleaños, algún logro, o simplemente hagamos notar la alegría de estar juntos.
- Comprender y ser empáticos ante la perspectiva de nuestros padres, suegros o cualquier persona mayor que sea importante en la vida de nuestros hijos. Ellos crecieron y les tocó educarnos en un mundo muy diferente al que nos está tocando a nosotros, pero no por eso sus enseñanzas dejan de tener vigencia. Siempre podemos sacar provecho de su sabiduría.
- Ser flexibles y darles libertad de convivir y consentir a nuestros hijos aunque las reglas en nuestra casa sean distintas. Hacernos de la “vista gorda” ante esos dulces que les dan a nuestras espaldas.
- Permitirnos ser un poco niños y gozar junto con nuestros hijos de estos momentos. Nuestros mayores se permiten mostrar más sus emociones y ser auténticos, algo que necesitamos muchas veces en nuestro mundo adulto.
- Así, atesorar y agradecer los momentos de convivencia con nuestros padres y mayores. El ejemplo que demos a nuestros hijos de los cuidados y el amor que les entregamos, son valores que los acompañarán toda la vida.
Es mucho lo que nuestros hijos aprenden de sentirse amados incondicionalmente, admirados sin prisas y sin agendas, aceptados y consentidos, incluso cómplices de travesuras de sus queridos abuelos.
Y como los padres de estos niños, ganaremos mucho no sólo aceptando estas relaciones sino fomentándolas y cuidándolas como cimientos de sus vidas, y más aún, como un derecho.