Mujeres cambiando paradigmas… y hombres también.
Acabo de terminar de leer el libro “La sonata del silencio” de Paloma Sánchez-Garnica y hubo un aspecto que recalca la autora y me llamó mucho la atención: el papel de las mujeres dentro de un mundo dominado por los hombres. La novela se ubica en la España de Franco, justo en la posguerra, donde se recrudecieron las normas hacia el comportamiento de las mujeres, quienes quedaron relegadas a funciones que pudieran cubrir dentro de las paredes de sus casas o en la Iglesia. Eran objeto de leyes sumamente desfavorables, entre las que se incluían el no poder trabajar sin el consentimiento firmado de sus padres y/o maridos y dentro de los pocos trabajos destinados para ellas. En este momento histórico se equiparaba a las mujeres con menores de edad.
Y como ocurre en la historia de todos los países, aquellas valientes que buscaban hacer un cambio y una mejora en las condiciones de sus vidas, buscando un desarrollo personal y profesional, eran obstaculizadas y boicoteadas principalmente por las demás mujeres, quienes—movidas por envidia, miedo o por pereza de hacer un cambio para ellas—las hacían objeto de duras críticas por el hecho de alejarse del ideal femenino apoyado por la Iglesia y el Estado.
Esto me puso a pensar en lo mucho que hemos avanzado las mujeres en cuanto a posicionarnos en el mundo laboral, pero también en lo mucho que nos falta por avanzar precisamente porque siguen arraigados conceptos machistas en nuestra sociedad que no solo promueven los hombres, sino un alto porcentaje de mujeres.
Considero importante reflexionar en el porqué persiste la discriminación a las mujeres, incluso entre ellas mismas. En principio es un concepto heredado y por tanto, tan arraigado, que muchas de ellas aceptan y promueven como Verdad absoluta. Incluso basan esa lógica en la biología y no en la educación. Ejemplos de afirmaciones como “Los hombres son los fuertes y las mujeres son débiles”, “el salario de las mujeres no es importante, pues es complementario al de los hombres”, entre otros estereotipos, moldean la interacción social y afectan las oportunidades de trabajo de miles de profesionistas. En el 2010, de acuerdo a una encuesta de la CONAPRED, en México el 26.4% –más de una de cada 4—de las mujeres afirmaba que el hombre es el único responsable de mantener el hogar. Sin embargo, la realidad es contrastante, en el 2013 uno de cada 4 hogares en México se sostuvo exclusivamente gracias al ingreso de la mujer.
Lo anterior también se ve reflejado cuando algunas mujeres prefieren contratar a un hombre que a una mujer o aceptan mejor las opiniones profesionales de los varones–llámese doctores, ingenieros, abogados—que de sus congéneres. Esto provoca el minusvalorar el propio trabajo y aceptar empleos de menor categoría o sueldo y por tanto, en ocasiones bloquear directa o indirectamente a otras mujeres manteniendo la circularidad del problema.
Un estudio de la UGT (Unión General de Trabajadores) del 2011 en España, encontró que la brecha salarial entre hombres y mujeres alcanza el 23%, lo que supone que una mujer tiene que trabajar 84 días más al año que un hombre. Por otra parte, en el sector empresarial, de acuerdo a la Encuesta anual del Sector Empresarial de Cataluña, hay la mitad de mujeres empresarias que empresarios.
Otro ingrediente importante para la persistencia de esta situación es que la mayoría de las mujeres que trabajan, practican una doble jornada, es decir, llegan a ocuparse de las labores domésticas de sus hogares. 6 de cada 10 mujeres comparten la opinión de que en las familias donde la mujer trabaja es ella misma quién más se ocupa de la casa (Encuesta Nacional sobre Discriminación en México, 2010).
Afortunadamente, en la medida en que la educación avanza, la discriminación disminuye. He aquí el reto y el camino a seguir. Es así, papel de hombres y mujeres, en todos los niveles de desempeño pero sobre todo como padres y madres, educadores, profesionistas, jefes, empresarios… primero, el abrir la mente a nuevos acomodos en las relaciones de pareja y el trabajo dentro de la casa, el educar a nuestros niños y niñas en el respeto y la igualdad, el fomentar la tolerancia y sobre todo, el enseñar a pensar y a cuestionar lo que se da por sentado. Y así, hombres y mujeres dar paso a un cambio de paradigma y aplaudir y motivar a aquellas que buscan mejorar su calidad de vida para bien no sólo de ellas mismas sino de toda la sociedad.