Ante todo: La Relación
Es frecuente escuchar en sesiones de terapia quejas tales como: “mis hijos no me hacen caso, no logro que me obedezcan” o “mi pareja no coopera cuando le pido ayuda” y se enfrascan en una discusión de qué le toca a quién o una negociación de tareas que no llevan más que al desgaste y la frustración. Pasan de la súplica a la amenaza sin lograr cambios favorables. Y es que, en la presión y las prisas de sacar adelante el trabajo del día a día, pierden de vista el elemento previo y fundamental para la mutua cooperación: LA RELACIÓN.
Parece un concepto demasiado simple pero funciona como magia: una buena relación con nuestras parejas, con nuestros hijos, con todas las personas con las que interactuamos es la base del éxito para que funcione cualquier sistema: la familia, la educación, las empresas.
Y hablar de relación es hablar de apego, entendido como un poderoso vínculo que representa una de las necesidades más básicas del ser humano, incluso más que la comida. Y precisamente porque es algo instintivo, el apego fue diseñado por la naturaleza para que los pequeños resistan cualquier influencia que no surja de una conexión cercana. De esta manera un niño no obedecerá a un extraño. Conociendo esta programación biológica, podemos entender porqué un hijo se resiste a atender, obedecer e incluso aprender cuando el apego entre ambos está fallando.
Este aspecto es conocido desde tiempos de Sócrates, quien al ser confrontado por el poco éxito de su método socrático con un alumno en particular, contestó “No pude enseñarle porque no me amaba”: la relación era más importante. Necesitamos tener el corazón de nuestros alumnos para poder enseñarles. Así, si entendemos lo fuerte que es la necesidad de conexión, podemos hacerla nuestra principal aliada para promover un clima de cooperación y armonía.
La buena noticia, es que la calidad de estas interacciones puede ir mejorando si se tiene conciencia de las áreas de oportunidad y voluntad para hacer microcambios que pueden llegar a hacer una gran diferencia.
Gordon Neufeld, psicólogo evolutivo canadiense, desarrolló un modelo de 6 etapas del apego –que se van desarrollando en los primeros 6 años de vida—y que pueden revisarse para buscar pistas de qué ajustes pueden realizarse en nuestras relaciones tanto con nuestros hijos como con nuestras parejas o personas más cercanas.
- Cercanía
Es la forma de apego más básica. A través del contacto y la presencia se va estableciendo la conexión. ¿Siente el otro que realmente quieres estar con él, que disfrutas su compañía?
Para fomentar este tipo de apego puedes invitarlo a hacer algo juntos: leer, jugar, preparar la comida, salir a caminar. Si hay resistencia, puedes simplemente estar cerca mientras el otro está ocupado, con lo que envías la señal de que estás disponible para cuando quiera acercarse.
- Similitud
Los hijos van imitando a sus padres en un deseo de ser como ellos y sentirse seguros. Enfatizar las cosas que tienen en común promueve el apego entre ambos. ¿Comparten alguna actividad que ambos disfrutan?, ¿tienen ideas, pasiones en común?
Si batallas para encontrar áreas en común, puedes interesarte en sus gustos o pasatiempos, con genuino interés, lo cual irá acercándolos y sentando las bases de mayor armonía.
- Pertenecencia o lealtad
¿Siente que siempre estarás a su lado?, ¿siente que eres su aliado y no su adversario?, ¿tiene la confianza de acercarse contigo y se siente comprendido por ti? ¿dejas que hable sin interrumpirlo y no lo juzgas, culpas o humillas?
En este aspecto de la relación si está pasando por una situación difícil y no sabe qué hacer, puedes usar frases como “yo me encargo” o “déjame pensarlo” si no estás seguro del mejor camino. O más tarde que no esté tan estresado tómate el tiempo de buscar resolverlo juntos, para que sea una responsabilidad compartida.
- Significado
¿Siente que es lo más preciado para ti?, ¿le comunicas con palabras y acciones que valoras lo que es?, ¿se siente especial?, ¿le comunicas que lo aceptas y amas tal y como es?
Comunicar lo que significa para ti, se siente auténtico y real si tienes bien cimentadas las etapas previas. Puedes hacerlo sentir especial haciendo por él en ocasiones algo que podría hacer por sí mismo: un peinado o su comida favorita.
- Amor
El simple hecho de sentirse amado de manera incondicional es muy potente para avivar el apego. ¿Te acercas y le das un beso o una caricia sin pedir que cumpla alguna tarea o resuelva algo pendiente?, ¿se da cuenta de que lo observas en silencio afectuosamente?
Este tipo de amor es profundo y nutriente, no un amor superficial o romántico.
- Ser conocido
Si se dan las etapas anteriores, el otro se mostrará abierto, pues confía en ti y no tiene miedo a mostrarse vulnerable. Querrá que lo conozcas y te contará sus secretos. Buscará compartir su intimidad por la seguridad que le hace sentir.
Y aunque no te cuente todo, considerará tu opinión y sabrá que puede contar con tu consejo cuando esté en algún problema. En esta etapa el otro se siente seguro y aceptado.
Con cualquier conducta que realices para fortalecer tu conexión, ya sea comer juntos frecuentemente y procurar tener pláticas agradables o estar atento a sus sentimientos, podrás ver cómo predispones a quién sea importante en tu vida, a estar más receptivo, a cooperar e incluso a pedir ayuda.
Nos toca como adultos crear y mantener un apego sano con nuestros hijos, no al revés. Y en etapas que creemos que no nos necesitan tanto, como en la adolescencia, es cuando más debemos buscar estar conectados. De esta manera los ayudaremos a ser fuertes, resilientes y felices.
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