¿Qué tan nueva será la nueva normalidad?
“Tal vez es hora de construir nuestras vidas, no donde estaban, sino de nuevo.”
Edith Eger, “La bailarina de Auschwitz”
De golpe el mundo ha cambiado. El 2020 trajo una sacudida que ha alterado nuestras vidas de distintas maneras. Hay quienes están padeciendo la pandemia de Covid-19 desde la pérdida de salud o de vidas de seres queridos; quienes tienen afectaciones económicas, de planes personales o profesionales; hay quién lo vive de manera intensa y a quién la vida le ha cambiado poco. Sin embargo, independientemente del lugar del espectro en el que nos encontremos, se nos presenta un reto interesante: la oportunidad de decidir la forma en que queremos vivir la nueva normalidad.
A partir de esta complicada experiencia, estamos viviendo un duelo donde, siguiendo el modelo de Elizabeth Kübler-Ross, en una montaña rusa estamos pasando por negación, enojo, negociación, depresión y poco a poco vamos aceptando y adaptándonos a un nuevo estilo de vida donde nos saludamos de lejos, estudiamos y trabajamos con el menor contacto posible y las videoconferencias se han vuelto parte esencial de nuestra socialización.
El camino de lidiar con la pérdida no lleva un orden necesariamente, y en ocasiones, cuando se pensaba estarlo superando, puede volver el enojo o la depresión. Sin embargo, es en este vaivén, cuando se tiene más presente la pérdida de libertad, de movilidad, el golpe económico o de salud, que se presenta la coyuntura para evaluar y repensar la vida.
Después de atravesar situaciones límite –cualquier evento de gran impacto emocional que no podemos eludir—es frecuente hacernos promesas a partir de los aprendizajes de la experiencia: “Pasando la pandemia no regresaré al ritmo frenético que tenía antes”, por ejemplo. Sin embargo, también es habitual que una vez que la situación es superada, la vida tome su curso nuevamente y se vuelva, como un resorte, a las conductas que se hubieran querido dejar atrás.
Slavoj Zizek, filósofo esloveno, propone que “si entendemos ‘filosofía’ como el nombre de nuestra orientación básica en la vida, tendremos que experimentar una verdadera revolución filosófica”, expresando de esta forma que “la vida no volverá a ser la misma” (¡Pandemia! El Covid-19 sacude al mundo, 2020). Pensar en términos de una revolución podría sonar exagerado, pero me parece que es necesario un término radical para invitarnos a una reflexión profunda de quiénes éramos y en quiénes queremos convertirnos como personas y como parte de la humanidad. ¿Cuál era la motivación que nos impulsaba cada día?, ¿qué queremos que nos mueva ahora? Me parece que este alto obligado nos invita a revisar nuestras prioridades y el sentido de nuestra vida para volver a lo básico: gozar los abrazos de quienes tenemos cerca, el tiempo de soledad y de silencio, la quietud que nos serena y nos hace tomar perspectiva y descubrir que aquello que nos quitaba el sueño, hoy no parece importante.
En este sentido, Andrés Neuman, narrador y poeta hispano-argentino, menciona que aunque nuestra memoria antropológica confirma que tenemos una capacidad de aprendizaje muy limitada, el freno violento nos presenta “una oportunidad conceptual –no la elegimos, no la queríamos, no la hubiéramos buscado”—pero, “ya que tenemos este freno involuntario, podemos convertirlo en algo interesante” (Comunicación personal, 15 de septiembre de 2020). Es sin duda un enfoque muy esperanzador. Siempre podemos resignificar y transformar una vivencia difícil en un trampolín para ser mejores.
Es importante destacar, que el sentido que nos descubre este giro pandémico no sólo es personal, sino comunitario. Filósofos como Slavoj Zizek, Gabriel Markus o Judith Butler, (Sopa de Wuhan, ASPO, marzo 2020) destacan que el cambio que debemos seguir como humanidad es rumbo a hacer comunidad: “todos estamos en el mismo barco”. Los límites geopolíticos no funcionan ante una amenaza de este tipo. Por el bien de todos nos conviene que nuestros vecinos estén bien. La pandemia nos invita a confrontar el individualismo y a cuidarnos y protegernos unos a otros.
Si queremos evaluar nuestra capacidad para aprender de eventos disruptores, pensemos ¿cuál fue la última situación límite que vivimos?, ¿cómo experimentamos el duelo y la adaptación después de ese evento?, ¿los cambios persistieron o volvimos a nuestra vida anterior? Ahora, ¿qué estamos aprendiendo con la pandemia?, ¿de qué manera nos ha impactado y qué aprendizajes queremos recordar? Que esta experiencia no nos deje indiferentes. Hagamos una revolución personal y social que nos conduzca a una mejor situación de vida para todos.
Artículo publicado en la revista Lifestyle del periódico El Norte, 20 de octubre de 2020.