¿Cómo conectar con nuestros adolescentes?
La adolescencia es un tiempo complejo y fascinante. Se considera la segunda “ventana” de oportunidades y riesgos en el desarrollo después de los primeros años de vida. El desarrollo neurológico, cognitivo y socioemocional se dispara y en ocasiones va más rápido de lo que alcanzamos a percibir los papás, quienes podemos seguir buscando al niño que hasta hace poco vivía en casa.
Es difícil seguir el ritmo porque no hay un camino trazado y la individualidad de cada hijo hace que el proceso de la adolescencia sea único. Algunos papás piensan que poco pueden hacer para influir en sus hijos, pues los amigos se vuelven prioritarios en sus decisiones y más que buscar entenderlos, “respetan” su privacidad y se hacen a un lado.
Sin embargo, gracias a innumerables estudios de científicos sociales y especialistas en salud mental, sabemos que la mejor manera de mantenernos al corriente de este intrincado proceso y darles una base segura en su avance hacia la adultez, es asegurar el apego que tenemos con ellos.
El tener al menos un adulto cercano, preferentemente el papá o la mamá, les brindará la sensación de estabilidad y seguridad que requieren para explorar el mundo y desarrollarse con autenticidad, evitando conductas de alto riesgo, disminuyendo la manifestación de problemas de salud mental y colaborando en un buen manejo de sus relaciones sociales.
John Bowlby, iniciador de la teoría del apego, destacó algunas cualidades que podemos tener presentes para conectar con nuestros adolescentes:
- Presencia: Estar no solo física, sino emocionalmente presente. En el experimento de la cara inexpresiva (“Still face experiment”) de Edward Tronick, se encontró que cuando la madre se encuentra inexpresiva frente al bebé, éste se angustia y hará todo lo posible por que responda. Esto será más patente si la madre más que estar impasible, se muestra triste. Los adolescentes experimentan lo mismo cuando los padres, por estar conectados con los aparatos, el trabajo o los propios problemas, nos mostramos ausentes. También, de forma especial, cuando no tenemos idea de cómo responder a los retos que nos presentan, ignoramos la situación o, por el contrario, sobrerreaccionamos. Ante estas fallas en la interacción, no asombra el que los adolescentes, muchas veces de forma inconsciente, busquen meterse en problemas para hacerse presentes en nuestras vidas. Por otra parte, ocurre lo contrario cuando los hijos son quienes están inexpresivos, siendo nosotros los que hacemos todo lo posible por atraer su atención y conectar con ellos. El primer paso para corregir estas fallas es estar conscientes y atentos al momento presente con compasión y curiosidad.
- Sincronía: Un padre suficientemente bueno pone atención y muestra interés de tal forma que se sintoniza con las experiencias mentales y emocionales de su hijo. Es una conexión empática que permite conocerlo a fondo y poder influir en él. Si estamos en la misma sintonía no perderemos la cabeza cuando nos estén retando. Nuestro papel es ser los capitanes de barco que se mantienen tranquilos en la tormenta. Entre más tengamos reacciones impulsivas a las conductas negativas, ellos sentirán que perdimos el control y no estaremos en posición de ayudarlos. Además de que las reacciones automáticas vienen de nuestras propias creencias, más que responder a lo que ellos están viviendo. Se trata de ponernos en su mente, no en la nuestra.
- Confort. Consolar y dar seguridad cuando se sienten estresados, cuidarlos cuando sufren y darles seguridad de que todo va a estar bien. En situaciones de gran incertidumbre o experiencias que los limitan, como hemos vivido con la pandemia, nos necesitan más cerca que nunca para consolarlos y hacerles pasar la experiencia de la mejor manera.
- Gozo: Mostrar gusto en los avances de nuestros hijos y simplemente maravillarnos de que existan. El saberse queridos y aceptados por nosotros alimenta de manera poderosa su autoestima.
- Apoyo: Promover su independencia interesándonos en sus gustos y metas y apoyarlos aún y cuando sus objetivos difieren de los nuestros. Esto ayuda a su autoconocimiento y el entendimiento de su mundo. Debemos dejar nuestra ilusión de control. No podemos diseñar su futuro y no podemos protegerlos de los fracasos de la vida. Podemos ayudarlos a cultivar la resiliencia de cara a los retos que se les presenten.
Como padres, el secreto es estar presentes. Navegar entre involucrarnos en su vida y dejarlos cometer sus propios errores. No necesitamos ser perfectos, solo suficientemente buenos. Aunque nuestra relación con ellos tenga fallas, en nuestras manos está hacer los ajustes para fortalecer el apego que les ayude a generar una visión optimista del mundo, arriesgarse para alcanzar sus metas, y buscar relaciones sociales significativas. Nuestro objetivo final es que se conviertan en adultos independientes y realizados. Trabajando en esto, no sólo ellos, sino nosotros disfrutaremos la recompensa.