Regulando el ritmo
Tener una perspectiva compasiva de nuestra mente y la de los demás nos lleva a realizar acciones para regularnos y vivir en entornos más equilibrados.
“El que se apura, pierde el tiempo”
Dicho patagónico
Buscar el equilibrio es una necesidad innata del ser humano. De forma natural buscamos elementos que nos centren y mantengan en una situación de bienestar. Sin embargo, conviene cuestionar si lo que perseguimos como ideal de vida y la forma en la que queremos llegar a él favorece o nos aleja de la salud mental.
Si abrimos cualquier red social, el mensaje que nos llega a través de cientos de imágenes es la búsqueda obsesiva de la felicidad. ¡Fuera enojo, tristeza, frustración, ansiedad! ¡Bienvenidas alegría, abundancia, belleza!
Este bombardeo, más que orientar, confunde, pues descalifica la función de las emociones que, evolutivamente, equipan nuestro sistema nervioso para mantenernos con vida. Emociones difíciles como el miedo, el enojo o la tristeza generalmente son respuestas normales a eventos de la vida que necesitamos afrontar, por lo que la mejor vía es tolerarlos y manejarlos y no huir de ellos o negarlos como algo indeseable.
Paul Gilbert en su libro La mente compasiva nos presenta un modelo de autorregulación emocional donde agrupa las emociones en tres sistemas que interactúan en nuestro cerebro:
1) El sistema de amenaza y autocuidado: tiene el objetivo de ayudarnos a sobrevivir y, por tanto, es el que se activa más fácilmente. A través de la amígdala –uno de los centros cerebrales principales en la regulación emocional-, este sistema da respuesta a peligros del ambiente secretando principalmente adrenalina y cortisol los cuales activan reacciones de lucha, fuga o parálisis. La cuestión es que este sistema no distingue entre peligros reales o imaginados, por lo que mantener este circuito activo por mucho tiempo acarrea problemas de salud física y mental.
2) El sistema de logros y búsqueda de recursos: activa el circuito de recompensa utilizando, entre otros elementos, la dopamina. Motiva la búsqueda de satisfacción y placer: comida, sexo, amistades, éxitos laborales y económicos, reconocimiento, etc. Es el sistema más reforzado socialmente y muy necesario para sentirnos motivados y con sentido de vida. Sin embargo, activado en exceso, puede llevar a conductas adictivas y terminar en depresión o burnout.
3) El sistema de calma: se activa cuando la mente no está ni defendiéndose del ambiente ni buscando logros, permitiendo experimentar tranquilidad y sosiego. Es el sistema que regula los otros dos a través de la secreción de neurotransmisores y hormonas como endorfinas, opiáceos y oxitocina. Se siente como no desear nada más. Es en este estado de confianza y seguridad en el que se dan las conexiones profundas físicas y emocionales que nos alimentan y restauran.
El contexto social de globalización y competencia en el que vivimos tiende a promover en mayor grado los sistemas de amenaza y de búsqueda de logros, por lo que es fácil sentirnos ansiosos e insatisfechos. Pareciera que siempre tenemos que hacer más, que tener más y, por lo tanto, nos sentimos más presionados y en peligro de perder estatus o nunca llegar a entrar en la burbuja de la pseudofelicidad que percibimos en otros.
Jessie O´Neill, psicoterapeuta, acuñó el término “affluenza” en su libro “The Golden Ghetto” en 1990. Este término hace referencia a una combinación de “affluence” (afluencia, riqueza) e “influenza” (gripe), buscando definir las características psicológicas de una persona rica -o que desea serlo y está preocupada por trabajar y ganar más dinero- y la manera en que el consumismo lleva a sentir culpa, falta de motivación y una insatisfacción crónica ante la vida. Según O’Neill, estar en un estado de “affluenza” es vivir en una espiral sin salida, donde la prisa juega un rol determinante.
Este tipo de conceptos no es algo nuevo; la búsqueda de la eficiencia ha sido premiada desde los inicios de las civilizaciones. En palabras de Benjamin Franklin: “el tiempo es oro”. Así, la sensación de inadecuación e insatisfacción cuando no se cumple con esta expectativa cultural se une a la lista del sufrimiento humano que, a su vez, alimenta una cruel autocrítica.
Siguiendo el modelo de Paul Gilbert, todo lo que pensamos, sentimos y reflexionamos influye en los sistemas de regulación emocional, al tiempo que estos guían lo que imaginamos y la manera en la que respondemos al mundo, funcionando así como una vía en dos sentidos. Es precisamente por ello que está en nuestras manos ser más compasivos con nosotros mismos. Por una parte, para comprender nuestros procesos mentales y, por otra, para realizar acciones que regulen de forma consciente nuestras respuestas y nos lleven a tener vidas emocionalmente estables y físicamente más sanas.
A raíz de esto, quisiera compartir algunas recomendaciones para llevar vidas más compasivas y reguladas:
- Detenernos. Tener espacios de paz y serenidad donde poder reflexionar, conocernos y comprender a los demás sin juicios. Ser empáticos no solo con los que tenemos cerca, sino con todas las personas y el mundo que compartimos.
- Sentir conscientemente nuestra mente y nuestro cuerpo. Escuchar lo que tienen que decirnos para desarrollar hábitos más saludables que nos lleven a tratarnos de mejor manera.
- Centrar nuestra atención en ideas, recuerdos e imágenes constructivas, optimistas y enfocadas a soluciones que nos liguen a un estado mental más armónico y balanceado.
- Cultivar relaciones con personas que nos alimenten emocionalmente. Las relaciones en donde nos sentimos seguros, vistos, cuidados y queridos nos brindan las mejores condiciones para regularnos.
- Comprender que empatizar con las acciones de los demás y mostrar compasión no significa tolerar abusos. El poner límites y alejarnos de personas o situaciones que nos dañan puede ser muy complicado, sobre todo cuando hay situaciones de trauma de por medio. Si no podemos solos, busquemos ayuda.
- Hacer las paces con lo que somos y las opciones y limitaciones que son parte de nuestra vida, así como ser responsables y tomar acción en donde podemos mejorar y crecer.
- Hacer conciencia de que todo es pasajero y, por ende, ser más agradecidos.
Regular el ritmo de nuestras vidas implica cultivar una vida más consciente donde nos permitamos ser más cálidos y amables, sentirnos parte de un mundo donde nuestras acciones de cuidado cuentan y podemos sembrar esperanza. Sin prisa, llegaremos a comprender que las respuestas están dentro y no fuera, que podemos disfrutar más el camino que el llegar a la meta. Conectar con nosotros mismos es el primer paso para poder conectar a profundidad con otros. Me parece que en esta línea, estriba la verdadera felicidad.