Regulación emocional en la familia a través de la compasión

 en Psicología clínica, Psicología familiar
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Como cuidadores, los padres llevamos la batuta en la salud emocional de nuestras familias. Cada día, con nuestro cuidado y contención, vamos modelando a nuestros hijos formas de recuperarse de los altibajos de la vida y mantenerse en un espacio emocional que les permita dedicar su energía a crecer con fluidez.

El abrazar y consolar cuando se sienten tristes, el ser testigos atentos de cómo van descubriendo el mundo, el dar un espacio para probar, equivocarse y volver a intentar nuevos retos; el brindar un hogar tranquilo y seguro, son solo algunos ejemplos de las formas en que generamos un ambiente propicio para la salud emocional.

Paso a paso, vamos entretejiendo experiencia, intuición y sobre todo, amor, en el arte de caminar con ellos desde la total dependencia al momento en que logran vidas autorrealizadas. Es un reto que nos exige salirnos de nuestras zonas de confort y adaptarnos a las necesidades que tienen en las diferentes etapas de la vida. Pero, sobre todo, para realizarlo de forma exitosa, requiere lo más valioso que podemos darles: nuestra presencia y conexión emocional.

Sin embargo, este acompañamiento está lleno de obstáculos. Nuestras propias experiencias complicadas en nuestras familias de origen; situaciones de trauma, enfermedades, dificultades económicas, laborales, sociales, el estrés de nuestras vidas ajetreadas y llenas de distractores, son elementos reales que pueden abrumarnos y provocan que los resultados muchas veces se alejen de lo que esperamos.

En este sentido, la compasión entra a jugar un rol fundamental, pues solo cuando comprendemos nuestra historia y aceptamos nuestra realidad, con todas sus limitaciones, es que podemos buscar ayuda y reparar aquellas faltas en nuestras relaciones de apego y hacer un mejor papel en nuestro autocuidado y en el cuidado de nuestros hijos.

Ser compasivos es un elemento clave para poder autorregularnos y regular a otros. Implica interesarnos en conocernos y reflexionar en nuestras vivencias sin juicios; entender el contexto en el que sucedieron; centrarnos en el aprendizaje y así experimentar el proceso de sanarnos y transmitir esta salud a nuestro alrededor.

Entender la complejidad de nuestra subjetividad nos ayuda también a comprender las mentes de quienes tenemos a nuestro cuidado y brindarles empatía y serenidad. Así podrán modular las reacciones intensas antes experiencias inquietantes. Un “imagino cómo te sientes”, “podemos arreglarlo juntos”, “estoy contigo” son frases poderosas para infundir esperanza y encaminarse a encontrar mejores respuestas.

El proceso de reflexión es clave en el desarrollo de la corteza prefrontal en los niños y la integración de experiencias. También nos permite conectar con sus mentes. Si vamos dando estos espacios donde nuestros hijos nos vean como un puerto seguro al cual recurrir, internalizarán y tendrán esa seguridad y capacidad de calmarse a sí mismos.

Entre más trabajemos nuestra capacidad para calmarnos y reflexionar, podremos recurrir a ella más fácilmente. Es el equivalente a tener buena condición física, donde entre más nos ejercitemos, recuperaremos más rápido los niveles base del pulso cardiaco y la respiración. El resultado que buscamos es que una vez que experimentamos emociones fuertes, podamos regresar de forma más rápida a un estado de calma donde integremos las experiencias para dar sentido y actuar con más inteligencia, es decir, resolviendo las situaciones de forma adecuada al momento que estemos viviendo.

Algunas recomendaciones para trabajar con nuestros hijos la regulación emocional pueden ser:

  • Ayudarlos a identificar formas básicas que los ayudan a autorregularse: sueño adecuado, buena alimentación, tiempo para estar con sus amigos, tiempo para estar solo y despejar su mente, el ejercicio físico, etc.
  • Acercarlos a experiencias como mindfulness (conciencia plena), meditación, escritura expresiva, etc. que llevan a profundizar más en el manejo de estados de calma y autoconocimiento.
  • Brindar oportunidades para tener pláticas con nosotros u otros adultos de confianza que los ayuden a poner orden en su mente y adquirir perspectiva de alguien con más experiencia.
  • Cuando manifiesten conductas ligadas con emociones difíciles como ansiedad, enojo o tristeza, buscar comprender qué otras emociones tienen debajo y explorar más allá de lo aparente para lograr comprender y decidir la mejor forma de abordar la situación.
  • En el caso de los adolescentes, si observamos que practican formas de autorregulación disfuncionales como adicciones, trastornos de alimentación, cutting, etc. que indican que está sufriendo, no caer en regaños o juicios, sino buscar comprenderlos y buscar ayuda con un profesional de la salud mental. Nuestra actitud como padres ante este tipo de dificultades, jugará un papel importante en el éxito del tratamiento.

Como adultos, somos responsables de la salud emocional de nuestras familias. Empezando por atender nuestra propia forma de regularnos emocionalmente, daremos la oportunidad a nuestros hijos de llevar vidas internas más enriquecedoras que se reflejen en su sentido de vida y una mejor relación con el mundo.

 

Publicado en el blog de www.educandoenred.org

 


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